Por Alicia Martorell
Ese
traductor que trabaja para una gran agencia. Las tarifas son bajas,
pero sale adelante echando muchas horas. Al menos no le falta trabajo
como a sus hermanos, que están los dos en el paro. Se fue de casa de sus
padres hace un año. Alquila un piso minúsculo, pero al menos no tiene
que compartir. Hay meses mejores que otros, pero gana suficiente para
irse unos días de vacaciones y salir a cenar de vez en cuando.
Esa
traductora que trabaja para organizaciones internacionales. Consigue
tarifas bastante buenas, pero casi no tiene un minuto libre. Para
compensar, todos los años reserva un mes para un largo viaje. Es
consciente de que los años pasan y tendrá que aflojar el ritmo, pero no
sabe por dónde empezar. De momento, está buscando una casita para los
fines de semana.
Esa
traductora que al terminar la carrera se ofreció para colaborar en una
asociación de traductores. Empezó ayudando en cosas pequeñas hasta que
dio el salto y se presentó para la junta directiva. Al principio no
tenía mucho trabajo de traducción y podía compaginarlo todo. Ahora ha
cumplido su primer mandato y no se va a presentar de nuevo: traduce ocho
horas al día y está esperando un bebé, así que no le va a quedar mucho
tiempo libre, pero nunca olvidará lo que ha aprendido en esos cuatro
años.
Ese
traductor que llegó a España desde Estados Unidos hace veinte años para
dar clases de inglés, hasta que un día le llamaron de una revista
científica para traducir unos artículos. Durante un tiempo estuvo
compaginando las dos cosas pero pronto se dio cuenta de que podía ganar
más como traductor que como profesor de idiomas. Ahora lleva más de
quince años traduciendo.
Esa traductora sola con
un hijo que traduce libros de un idioma un tanto exótico. Hasta ahora
se las ha arreglado bien, aunque a veces le cuesta compaginar los
horarios. Menos mal que trabaja en casa, porque si hace falta puede
alargar la jornada a los fines de semana sin pedir a nadie que se quede con el niño.
Esa
traductora que saca adelante su casa y a sus dos hijos pequeños. Su
marido es arquitecto y está en el paro desde hace dos años. Tiene muchos
clientes directos y trabaja con agencias
alemanas, lo que le permite obtener mejores tarifas. Ha tardado seis o
siete años en estabilizarse, pero ahora lo ha conseguido. No obstante,
la crisis le preocupa: ha perdido algún buen cliente y siente más
presión sobre los precios. Está intentando diversificarse, por si acaso,
y se ha apuntado a un curso de interpretación.
A pesar de los pesares, todos ellos se ganan la vida traduciendo. Mejor o peor, con
más o menos esfuerzo, pero es su trabajo. No es un vicio intelectual
para los fines de semana ni sirve para redondear el fin de mes. Es una
profesión. Y aunque sufre la crisis como todas las demás, da de comer.
Al menos tan bien o tan mal como cualquier otra profesión.
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